viernes, 15 de agosto de 2014

La Bestia.

Me repito en voz alta las cosas que quiero evitar de mí. Pues no puedo dejar suelta a la bestia que rompe todo a su paso como un huracán, a golpe de sentir. No puedo dejarla libre sin que me haga daño a mí y desestabilice todo mi alrededor.
Ella intenta salir cada vez que creo algo o creo en alguien. Por eso evito hacer esas dos cosas.
Ahora escribo para recordarme que esa bestia, aunque atada, sigue estando ahí, a la espera de cualquier vía de escape.
Y no la entiendo, no entiendo sus actos y sus deseos, no es racional.
No la entiendo porque cada vez que la he soltado, ha venido herida y con ganas de no volver a salir nunca más a la superficie.
Claro que, por eso es una bestia. 
Su libertad es su droga y lo peor es que lo sabe y no puede hacer nada para evitarlo. Es su naturaleza.
Es cruel, sí. Como un tsunami que lo destroza todo, pero es inevitable.

Canciones.

Permitidme trataros como canciones.

Canciones que odias a la primera y eso nunca cambia.
Canciones que odias a la primera y te das cuenta del error con el tiempo.
Canciones que siempre quiero escuchar.
Canciones de las que me canso por el exceso de su compañía.
Canciones que al principio no me disgustan, pero con el tiempo acabo por amarlas.
Canciones que me encantan por su historia y que ahora no puedo escuchar por la misma razón.
Canciones a las que simplemente te acostumbras, neutras.
Canciones que conoces y no por haberte interesado en escucharlas.
Canciones que te enamoran a la primera, que no te dejan dormir sin haberlas escuchado antes.
Canciones que despiertan algo en ti, que al mismo tiempo sabes que terminarán y que deseas que sus minutos sean eternos.
Canciones sin letra, sin palabras, que provocan en ti sentimientos sin saber por qué. 
Canciones que no entiendes, pero que no te arrepientes de haberlas escuchado en ningún momento de tu vida.

Y lo mejor será que censure la última parte. La música solo nace cuando sale del papel.