Te pasas el tiempo pensando en cómo no sentir, en cómo no soltar suspiros que le levanten al corazón una sospecha de un nuevo ataque. Y la mente ordena defensa.
Te creas un universo intentando imitarlo, como el que le dibuja líneas paralelas a una sonrisa forzada.
Te aprendes a aceptar, a comprender. Alejándote del mundo de calo en calo, procurando evitar respirar el oxígeno que respira el resto.
Te recuerdas a ti mismo que con la última vez basta. Pero nunca llegas a creerte. No quieres creerte.
Te acuestas pensando que la cabeza pesa más con el corazón vacío. Y te quedas quieto.
Pero entonces llega.
Por supuesto que llega.
Y nunca como te esperas. Nunca como desearías. Porque por fuera no lo deseas.
Pero tu corazón lo necesita. El aire y el humo son para los pulmones. No para él.
De repente caes sobre su propio peso. Y no te importa... Claro que no te importa.